En mi corto paseo de hoy, he observado un carro de
supermercado, tirado por un joven de color, de él colgaban, cintas, trapos, el
carro iba vació, un andar cansino, me prometí a mí mismo, de ahora en adelante,
llevar siempre unas monedas a punto, para dárselas, o invitarles a un bocata.
No se, lo probaré.
De hecho tengo experiencia, os lo cuento: Estuve trabajando
en Lleida como dos años largos, eran los 80/90as, vivía en un apartamento solo,
cenaba pronto, luego un paseo con mi viejo chándal granate. Tenía y tengo la costumbre,
en llegar a casa vaciar-me de monedas en un cenicero. Sin mirar lo que había,
un día las cargue en el bolsillo de mi viejo chándal, como el que no hace nada, las fui repartiendo, a partir de las nueve noche y antes de vaciar los
contenedores, había un ejército buscando comida, así cada día. Con el viejo chándal
granate, fui repartiendo puñados de monedas, dos o tres
veces por semana. Llegando a conocer y conocerme. Un día un señor me dijo, no se las puedo aceptar, dáselas aquel, señalándome con el bastón. Gente pobre, gente
honrada. Jamás les tuve miedo. Subía por una estrecha escalera del casco
antiguo, había chicos y chicas pinchándose. Se lo contaba a los compañeros de
trabajo, y dudaban que fuera cierto. Estos rincones del casco viejo, jamás habían
pasado. Os digo el secreto, mi gorra y el viejo chándal granate.
Ahora paseo en el día, siempre que haga sol, la ELA me quitó entre otras cosas, el placer de andar, mis piernas son mi silla eléctrica, mi bolso con la Canon y mi libro de poesías, de ahora en adelante un apartado con monedas. Y siempre con una sonrisa y abierto de corazón. A caso no es el secreto de la VIDA! Haz bien y no mires a quien. Josep